domingo, 17 de febrero de 2008

Iniciación

Pasan los días y el momento no llega. Alimentamos esperanzas, preguntas, conjeturas. Como será, qué se sentirá. ¿La pasaremos bien?. Dormimos poco, vagamos alegres, una nueva experiencia se va a dar. Esa experiencia que sabemos a todo ser humano le aguarda apoyada a un faro de luz, en esa esquina que al ser cruzada, nos hace abandonar la niñez, la inocencia, la alegría de ser inconscientes.

El día, gran día ya es inminente, es como una exhalación luego de una inhalación, no se puede atrasar, no se puede reprimir. Las horas avanzan impiadosas y ajenas a todos nuestros sentimientos.
Y antes del día, se desata una tormenta tras otra llueve, y nos dicen: "ves, esto es porque vas a iniciarte". No falta la invitación a la chanza. Somos objetos de burlas. Pequeños chistes. Y más lluvia no viene a más que reafirmar el milagro de nuestro inminente debut.
Llega el día. Vamos mal dormidos, porque la noche anterior ha sido una lucha feroz con nuestra ansiedad. Como el perro de Pablov hemos segregado un ácido pre-iniciativo, para digerir todo lo que va a venir. Lo vivimos imaginariamente en la mente, entre sueños. Sentimos antes de sentir. Jugamos a ser adivinos sentimentales.
Bajo la lluvia, caminando, esperando en alguna esquina, maldiciendo la mala puntería en el horario. No se puede caer media hora antes justo ese día, pero tampoco se puede llegar tarde. Pensamos en nuestra compañía, pensamos en lo que nos tocó en suerte. Rogamos que sea todo relativamente normal. Tenemos el hambre de transgredir.
Llegamos y están ahí, casi tan curiosos como nosotros. Nos observamos, nos medimos, nos analizamos, nos reprimimos para cuidar nuestra imagen, aguardamos que el otro hable. Y no nos entregamos, damos vuelta, nos histeriqueamos. Y llegan los capos y saludamos prolijamente. Esperamos órdenes, deseamos ser útiles. Nos hacemos preguntas, vivimos diálogos, que a excepción de que sean extraordinarios (como prometer tirarse de una ventana) pasan al olvido, se pierden para siempre. Porque tenemos más adrenalina que un preso el día final de su condena. Nos presentan gente, nos muestras recovecos. Y al rato, no hemos retenido nada, nos preguntamos: ¿Como se llamaba el hombre tal, o aquel otro?.
Pasan los días y las cosas se amoldan, nos familiarizamos, nos sentimos cada vez más peces de ríos, en el Río de la Plata. Tenemos mucho cauce y nos llevamos magnificamente bien, porque estamos en nuestro río y no nos golpeamos los codos al escribir. Pasan los días y nos contamos más cosas, nos reímos de todo. Y nos unimos como un grupo de rugbiers, para hacer un scraums con el "afuera".
Y las cosas se dan naturalmente, y al principio no gozamos, casi lo sufrimos. Y ahora estamos distendidos, laxos. Bien alimentados como Leones luego de un día de casa. Y nos olvidamos del primer día, de sus diálogos, y sentimos que así por que así, nos tenemos confianza, hablamos de todo y de nada. Somos casi como un equipo. No recordamos lo que nos costó hablar esa mañana.

No caben dudas: el primer día de trabajo, es lo más cercano al debut sexual.

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