El día 24 de Diciembre, subí al colectivo y entré en razón, de que no era el único hombre trabajando. Ahí estaba el, su asiento-colchonta, domando su colectivo, entre pozo y pozo el wuiki wuiki, chirriante de los resortes.
Pensé: "ser colectivero de corta distancia, es un trabajo muy depre. Honesto pero depresivo"
Porque claro, ellos tienen que siempre ir, sin ir, llevar sin llegar, quedarse en el abismo de todas las fiestas, pasar por cumpleaños y no entrar, y siempre completar Recorridos, eternamente. Estar siempre llegando a un lugar para partir a otro. Tan estresante como un banderrillero de juegos olímpicos que va corriendo la meta metros hacia atrás.
Por eso es que cuando me subo un 24 o un 31, hago causa común y trato de no molestar. Sólo esbozo: "uno cincuenta" y trato de desaparecer hacia los últimos asientos.
Por eso cuando estoy a punto de bajarme intento tocar el timbre justo en el momento que aprieta el embriague, así frena en punto muerto y no hace transmisiones al pedo.
Son cosas que desde mi lugar puedo aportar para hacerle la vida un poco más fácil a estos hombres del tráfico, hijos de los bocinazos, semáforos en rojos, insultos y peleas con las viejas.
Si el sol está cansado de arder, yo creo que cualquier chofer está cansado de viajar sin rumbo fijo, en su asiento sonoro.
Saludos y salud a los pilotos errantes. Boletos de "uno cincuenta" para todos, deje, deje, invito yo.
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